Editorial: DeBolsillo
Nº Pág.: 406 pág.
Género: Ensayo
Primera edición: 2015
Chernóbil, 1986. «Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio
en la central. Vendré pronto». Esto fue lo último que un joven bombero dijo a
su esposa antes de acudir al lugar de la explosión. No regresó. Y en cierto
modo, ya no volvió a verle, pues en el hospital su marido dejó de ser su
marido. Todavía hoy ella se pregunta si su historia trata sobre el amor o la
muerte. Voces de Chernóbil está planteado como si fuera una tragedia griega,
con coros y unos héroes marcados por un destino fatal, cuyas voces fueron
silenciadas durante muchos años por una polis representada aquí por la
antigua URSS. Pero, a diferencia de una tragedia griega, no hubo posibilidad
de catarsis.
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Tenía muchas ganas de leer este libro. La primera vez que oí
hablar de él, fue allá por el 2006, un año después de su publicación. Quizás
fui condicionada por mis estudios, quizás por mis profesores, quizás por mí
misma, pero el tema de Chernóbil siempre me ha interesado. Fue el centro de mi
trabajo de final de instituto, lo que, aquí en Cataluña, se conoce como “El
Treball de Recerca” y la física una de mis asignaturas preferidas.
El caso es que en su momento no me lo leí, sino que solo
unas cuantas reseñas y resúmenes. Por eso, cuando vi que a Svetlana Alexievich se
le había concedido el Nobel 2015, revisé su bibliografía y me di cuenta de los
libros que ha escrito no pude más que engancharme a ellos. Y el primero es
Voces de Chernóbil, el único que estaba traducido español, aunque eso pronto se
solucionará, puesto que ya tenemos otro traducido “La Guerra Tiene Rostro de Mujer” que pronto también reseñaré aquí.
Y en cuanto a “Voces
de Chernóbil”, lo primero que hay que avisar al lector es que no se trata
de una novela al uso y allí, quizás, es donde encontramos gran parte del
atractivo de esta autora. Se trata de una recopilación de entrevistas,
monólogos más bien, de personas que se vieron afectados por toda la tragedia. Y
la realidad supera la ficción. Os lo aseguro. Testimonios tan duros que, en
ocasiones, he tenido que dejar de leer, respirar hondo y dejarlo por un rato.
Un libro que me ha sumido en la tristeza más absoluta, en la incredulidad más
extrema, que me ha hecho sentir la tristeza y el dolor de los protagonistas de
este ensayo.
“Pero las autoridades callaban. […]
Y nosotros creíamos.”
No hay protagonistas, no hay acción, sólo recuerdos de algo
que pasó en 1986. Una tragedia sin precedentes pero que desgraciadamente ya
tiene heredero: Fukushima.
Lo más difícil de entender de Chernóbil es cómo algo
invisible puede causar tanto daño. Pero lo que también nos enseñó Chernóbil es
que no nos hemos de fiar de las autoridades, que hemos de tener un ojo crítico
sobre el mundo.
Una de las constantes del libro es la referencia que se hace
al hombre soviético. Hoy en día nadie lo entendería, nadie se imaginaría un
hombre que idolatra su país, que hace por él todo lo que le piden, que cree en
la Unión Socialista Soviética de las Federaciones. Que hay que ir a limpiar los
campos de la radiación, pues se hace; que es mortal, pues se hace igual; porque
si no lo hacemos nosotros, los nacionales de nuestra patria, no lo hará nadie.
Y así es como pensaban.
Lo triste es que muchos de esos hombres valientes, hombres
con unos valores sin comparación acabaron muriendo por la incompetencia de las
autoridades, por falta de medios, de ropa adecuada. Cómo señala uno de los
testimonios, donde morían los robots americanos y japoneses, el hombre
soviético seguía trabajando.
“Y le llega la hora de morir. Se está muriendo. Sufre lo indecible. […]
- ¿A ver si sabes cuál es mi mayor deseo?
- ¿Cuál?
- Una muerte corriente y no como las de Chernóbil.
Tenía cuarenta años. Le gustaban las mujeres. Tenía una esposa hermosa.”
Sí, se trata de un libre triste. Sí, es un libro duro. Pero
es real. Está muy bien escrito. No hay sensiblerías o adornos. Es tal cual. Es
la realidad de aquellos que vivieron la catástrofe nuclear más grande de todos
los tiempos y que afectó al globo terráqueo entero. Por todo ello es
recomendable leerlo, de enterarnos de una pizca de la verdad que sucedió en
Chernóbil, porque nunca veréis documentales ni testimonio en la televisión. Son
tan escasos como inexistentes.
“Si uno intenta ser sincero hasta el final... […]Solo había notado algo parecido cuando murió una persona que me era cercana. Brilla el sol… Tras una pared suena la música… Las golondrinas aletean bajo el techo… y el hombre, que ha muerto… llueve… y el hombre ha muerto. ¿Comprende? Quiero captar con las palabras mis sentimientos, transmitir cómo ocurría esto en mí entonces. Caer como quien dice en otra dimensión.”
Por Nitha
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