8 de julio de 2014

Victus por Albert Sánchez Piñol





Editorial: La Campana
Nº de páginas: 605
Género: novela histórica
1ª Edición: abril 2013







«¡Lo contaré todo! Cómo jodieron al general Villarroel, cómo derrotaron nuestras victorias. Porque, hasta ahora, de aquella guerra solo he oído las versiones que vienen de arriba o del enemigo.»

VICTUS es una novela histórica que nos narra la guerra de Sucesión española, un conflicto que puede considerarse como la primera de las contiendas mundiales y que termina el 11 de septiembre de 1714 con el apocalíptico asalto a Barcelona. También es la tragedia de Martí Zuviría, un joven barcelonés, alumno aventajado del marqués de Vauban, que se convierte en un genio de la ingeniería militar.

VICTUS es un derroche de información y rigor histórico al servicio de un relato ágil, potente y desenfadado, con una dicción rabiosamente contemporánea que nos lleva de Francia a Barcelona pasando por Madrid, Toledo, Tortosa o las batallas de Brihuega y Almansa. Y es también una obra sobre la Barcelona irreductible de 1714, que sufrió un asedio desigual de trece meses y el bombardeo de más de treinta mil proyectiles.

VICTUS cuestiona las versiones oficiales de ambos bandos y cede la palabra a los auténticos protagonistas de la historia, desde la figura inmensa de Villarroel, el general que defendió la capital catalana con lágrimas en los ojos, hasta los civiles y soldados anónimos de todas las naciones que lucharon a un lado y otro de las murallas.

Pero, ante todo, VICTUS es un festín literario de primer orden que se devora del modo en que siempre se han devorado las grandes obras, como lo demuestra el que antes de su aparición ya se hayan vendido los derechos al ruso, el alemán, el holandés y el francés.



Cada año acudo religiosamente a la celebración de Sant Jordi en Barcelona. Quizás, además de Navidad, es mi fiesta preferida. Solo libros y rosas. Un paraíso para cualquier persona a la que le encanta leer y pasearse entre estants (y personas apretujadas) solo para curiosear y leer decenas de sinopsis, solo por el gusto de chafardear.

Por supuesto que unos cuantos libros acaban en mis manos, en mi bolso y bajando el saldo de mi cuenta corriente, y lo mismo ocurrió el año pasado, en el Sant Jordi de 2013. Me llevé a La reina descalzada, firmada por el autor (después de la cola más corta de todas las que hice hasta ese momento) y El cumpleaños secreto de Kate Morton, también firmado por ella, muy simpática, aunque no hablase castellano.

Mi compañera Nynia, que siempre me acompaña ese día (cuando se trata de libros, somos inseparables) también se llevó Victus. Y unos meses más tarde yo también me hice con una copia, aunque la mía era la versión en castellano. Y aquí viene la reseña de este genial, divertido, perfecto y descojonante libro.

“La verdad es tan poderosa que hace vacilar al más encumbrado de los hombres”

La historia es bien sencilla, Martí Zuviría, el protagonista, a la edad de noventa y ocho años decide contar la historia de la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714, como el destacado final de la Guerra de Sucesión española. Pero toda la trama empieza mucho antes, el 5 de marzo de 1705, que es según nuestro protagonista el momento en que empezó todo. Y es el momento en que “el bueno de Zuvi” o también “Zuvi Piernaslargas”, por mal comportamientos y por ciertos episodios que le hacen a uno llorar de risa cuando los lee y relee, lo echan de la escuela de los carmelitas. Como destino solo habían dos opciones: o regresar a Barcelona, de donde era original, u optar por Bazoches, donde el marqués de Vauban se ofrecía a tutelar alumnos. Zuvi opta por los segundo y así se convierte en tutelado de uno de los ingenieros de la guerra más reconocidos de la época.

Ese es a grandes rasgos el resumen del primer capítulo, que en total suma cinco páginas, pero jamás, nunca, en ningún momento me había reído tanto y enamorado de un protagonista tan rápido. Con esas cinco páginas tuve claro que me encantaría el libro y es que el ligero humor que usa el autor, en boca de Martí, es irrepetible y genial. Es totalmente irreverente, maleducado pero tan sincero que la verdad es que hace que toda la lectura sea un “A ver cuál será la burrada/insulto/cruda verdad que dirá a continuación”.

“Ya sé que en Viena tenéis un viejo refrán que más o menos dice: “Después de un buen amigo, lo mejor que se puede tener en esta vida es un buen enemigo”. ¡ Y una mierda! Si lo son de verdad, no hay enemigos buenos; solo hay enemigos vivos y enemigos muertos, y mientras sigan vivos no dejarán de joderte.
Bizcochos, tráeme bizcochos.”

¿Cómo uno puede no reírse con estas frases y párrafos? Que alguien me lo explique.

Pero Martí Zuviría no es el único personaje que te hace gustar el libro.

“Mi querida y horrenda Waltraud”

Esa es la apelación que habitualmente usa nuestro protagonista para dirigirse a una señora, que por lo visto es su cuidadora y la persona a la que le dicta sus memorias. Y nunca jamás dice nada, porque todo el libro es un monólogo de Martí. Pero el autor consigue que forme parte de la novela y que incluso se le adivine cierto carácter. En realidad Zuvi le tiene mucho cariño, porque se ve a la legua que no puede vivir sin ella pero a la vez deja ver su cinismo genial en todos los párrafos en los que se refiere a su cuidadora. Y es que es simplemente el carácter de un vejete que tiene una inteligencia demasiado genial, para ser serio, delicado y educado.

“…Waltraud Spöring no es fea, sino que tiene una belleza particular. Rebosa buenos sentimientos y a los ojos de Dios eso es lo único que importa. (Muy bonito, pero no te lo crees ni tú.)”

O por ejemplo:

“¡No yo nunca te insulté! ¿Qué querías? ¿Qué te tratara de ninfa de los bosques? La única diferencia entre tú y una osa de las selvas germánicas es que no hay osos rubios.
¡No! ¡No te vayas! Espera, por favor, por favor, mi querida y horrenda Waltraud. Si te vas, ¿a quién tendré para hablar conmigo? Siéntate. (…) Si quieres, hasta puedes tomarte un cafetito con miel. (Recuérdame que te lo descuente del sueldo).”

Bueno, pero vayamos al quid de la cuestión. La historia no solo se limita a la relación Zuvi-Waltraud. Se desarrolla a lo largo de nueve años de peripecias y aventuras de Zuvi y nos deja una infinidad de personajes, casi todos con apodos Made in Zuviria, como por ejemplo El General Plis-Plas, por su manía de hacerlo todo en un santiamén, El Monstruo, apodo que se merece un Rey  que forma parte de la historia y que no voy a decir quién, para no estropearle el relato a Zuvi y los hermanos Delocroix (gemelos) que son los profesores de Zuvi.

Con este libro, uno no solo pasa un buen rato sino que también aprende mucho sobre la ingeniería militar, el arte de construir fortalezas y el arte de expugnarlas. Porque sí, es un arte. Zuviría o Albert Sánchez Piñol me han convencido y ahora cuando vaya a visitar una fortaleza ya no veré muros, sino ángulos de tiro y muros exteriores e interiores, que están allí por una serie de razones. ¡Hasta las trincheras están estudiadas! Y cuando lo vas leyendo, le vas encontrando sentido a todo.

Y uno se convierte en un alumno más, compañero de Zuvi y le acompaña durante su vida. Así pasamos de los años de instrucción, pasando por varias guerras y formando parte de diferentes bandos. Porqué sí, por una vez nos encontramos con un personaje que no es el más valiente, ni el más listo, ni un superhéroe, sino que es un hombre real que reconoce sus deficiencias, entre ellas la cobardía y muy a su pesar, tal y como Martí lo dice, “sin ganas de morir gloriosamente”.

 “Huí a una velocidad poco heroica y muy meteórica.”

No voy a contar las miles de trifulcas en las que participa el protagonista ya que, al fin y al cabo, estamos en medio de una Guerra de Sucesión, de modo que las hay un rato. Pero no puedo dejar de elogiar el libro también por sus personajes secundarios, como los Miquelets, de entre los cuales sobresale su jefe, y la familia de Martí que es muy peculiar: un anciano (que no es su padre), una mujer de vida libre (que no es su esposa), un niño (que no es su hijo) y un enano (con el que tampoco comparte genes). Y el que quiera saber más cómo podría haberse formado un nucleo familiar así, solo tiene que leer Victus.

Les aseguro que no se arrepentirán.

“¡El fin de las guerras! Qué sarcasmo. Ya lo decía Platón: los únicos que ven el fin de la guerra son los caídos en combate.”

Por mi parte se merece la máxima puntuación:


Por Nitha

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